El arcano de la Torre

El lenguaje arquetípico de los símbolos

como manifestación del inconsciente

(de Freud a Jung, pasando por Lacan)

Publicado por Francisco Fuentes Siminiani


Uno de mis mayores intereses cuando comencé a estudiar cábala fue relacionarla con lo que ya conocía de psicología y astrología. Después de un tiempo de quebrarme la cabeza, dejé de intentarlo y me adentré sin más a estudiar apasionadamente el árbol de la vida. Curiosamente, conforme más aprendo, más claramente veo su relación con otras corrientes de pensamiento. Al final, lo importante no es el camino que tomamos, sino que nos sirva ese camino para elevarnos espiritualmente. 

Foto: francescoch

Esto lo sabía bien el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, que tras romper definitivamente su larga amistad con Sigmund Freud por sus diferencias ideológicas en cuanto a la sexualidad y la religión, se sumió en un período de depresión que le supuso tener que afrontar varios brotes psicóticos. Sin embargo, lejos de amedrentarse, Jung decidió dejarse llevar por sus delirios psicóticos, en lugar de luchar contra ellos. Así fue como comenzó un camino de introspección que le llevó a realizar impresionantes descubrimientos de la psique humana y de su conexión con el inconsciente colectivo.

Para Jung, a diferencia de Freud, la dimensión espiritual del ser humano es incontestable. En sus últimos años, cuando le entrevistaban y le preguntaban si creía en Dios, Jung contestaba: “ya no necesito creer en Dios. Lo sé”. En ese sentido, su afinidad con la sabiduría cabalista es evidente. El matiz que Jung hace ante la existencia de un Ser Absoluto es su enfoque: él pone el foco sobre la dimensión humana y atribuye a ésta como condición innata la necesidad espiritual, como si en el interior de cada uno de nosotros pre-existieran cualidades ajenas a nuestra propia voluntad que se van heredando generación tras generación y que forman, querámoslo o no, parte de nosotros.

Es gracias a las investigaciones de Jung que se han dado a conocer los archiconocidos arquetipos, como imágenes arcaicas cognoscibles, que anteceden incluso a la adquisición del lenguaje. Podría decirse que los arquetipos unen todas las mentes individuales en una especie de “mente colectiva”, al configurar patrones y conceptos de significado global. En realidad, esta visión es bastante similar a la que podemos tener al trabajar con los arcanos del tarot, si bien el mérito de Jung estriba en que él llegó a ellas a partir de un proceso personal de averiguación, adentrándose sin temor en el mundo de los sueños. Para ello, solía pasarse días encerrado en la torre de su casa-refugio en Bollingen y se sumía en estados de semivigilia, en un estado intermedio entre la consciencia y el sueño, con el afán de poder comunicar su parte consciente y su parte subconsciente.

La conexión de estas dos partes suponía arrojar luz y conocimiento sobre la parte desconocida de sí mismo, en lo que Jung denominaba “proceso de individuación”. Entiéndase aquí que el inconsciente como tal, no deja de ser un constructo ideado por los humanos para dar explicación a la parte incomprensible que se nos presenta en los sueños, pero que en realidad no deja de ser sino nuestro propio yo, oscurecido.

Foto: francescoch

Pues bien, para desvelar esa parte “oculta”, Jung se basaba en la libre asociación de ideas y en la imaginación activa. El resultado de sus hallazgos tras 11 años de encierros en la torre está desarrollado en su fascinante Libro Rojo, conocido así por el color de las tapas que encargó para el libro. El Libro Rojo comprende tanto los escritos derivados de sus apariciones en sueños que formaron originariamente parte del Libro Negro, como las ilustraciones que él mismo pintó con témpera para dar forma a las imágenes que se le aparecían en sueños; en concreto, llamaron su atención la de un anciano, la de una sombra, una mujer joven y una serpiente, que él asoció a los arquetipos del sabio, de su propio yo, de la mujer y del héroe.

En el trabajo de Jung se aprecian influencias orientales tanto del Bhagavad-gita como del I Chin, e incluso de los mandalas (que él mismo dibujaba para expresar las posibilidades infinitas del subconsciente, y representar de una manera simbólica la integración de la dualidad de los opuestos – animus y anima, por ejemplo –). También hay referencias a la alquimia, a los códices medievales y a los libros de William Blake.

Los símbolos como forma de representación arquetípica fueron para Jung un tema crucial para desentrañar el significado de sus sueños; para él encerraban las claves que servirían para desvelar la sabiduría metafísica de orden superior que trascendía toda explicación racional. Conceptos ahora tan conocidos como pueden ser la sincronicidad o el ocultismo deben buena parte de su popularidad actual a sus teorías.

En psicoanálisis, y rescatando a Lacan, del que hablamos en nuestro último artículo, lo simbólico es aquello que nombramos y que pretende asignar un sentido a las formassi bien los símbolos, de por sí, no tienen significado, porque remiten a otro “significante”, sí nos hacen introducirnos en la “cadena de significantes”, ya que un significante requiere de otro significante que le dé significado, pues por sí mismos no significan nada.

Esta remisión a otro significante es la que deja al sujeto en suspenso o falto de significado, como si estuviera incompleto… Por eso nos cuesta tanto desgranar el significado de los sueños, porque no sabemos en realidad el significado al cuál nos remiten. Considerando los sueños como cadenas de imágenes de significado aparentemente inconexo, precisaremos, pues, de otras imágenes o significantes que nos permitan atribuirles significado.

Al interpretar un sueño, intentamos desvelar qué se esconde detrás de esas imágenes, que pueda ser comprensible en base a los significados que ya conocemos. De aquí el interés de Jung por desvelar lo que el registro simbólico esconde tras su lenguaje cifrado; comprender su significado oculto suponía, para él, hallar el fundamento de la verdad última.

No hay muchas verdades, sino solo unas pocas. Su sentido es demasiado profundo como para ser captado de otra manera que no sea con un símbolo

Carl Gustav Jung, “Libro Rojo”, Capítulo XIII: el sacrificio.

ARCANO DE LA TORRE

Foto: francescoch

Las imágenes simbólicas abren, pues, la puerta, al mundo del subconsciente, rompiendo así la frontera entre lo real y lo imaginado. A continuación, se muestran algunas imágenes de las obras de Jung, que se le revelaron en el análisis de sus sueños. Son imágenes que estuvieron más de 50 años ocultas tras la muerte de Jung, por deseo suyo expreso y que han tardado un siglo en salir a la luz, debido a la oposición de los herederos que prefirieron no darlas a conocer al mundo, hasta que por fin se publicaron en el 2009.

Libro Rojo, Carl Gustav Jung

En los textos de Jung se aprecia una componente espiritual innegable, que le distancia de otras figuras del psicoanálisis como pueden ser Lacan y Freud, pero que le aproxima asombrosamente a corrientes místicas como pueden ser la cábala judía o la filosofía hinduísta oriental. He aquí una de las grandes controversias en torno a los sueños. ¿Son los sueños parte de la realidad o son una invención de la mente, producto de nuestra fantasía? ¿Se pueden considerar los sueños como una prolongación de la vida real o es acaso la vida que llamamos “real” una farsa inventada? ¿Será toda nuestra vida real un sueño que nos hemos fabricado para sentirnos seguros?

Hablando de “lo real”, no podemos dejar de mencionar a Lacan; para él lo real es algo que no podemos percibir ni por imágenes ni por símbolos; lo real puro es inimaginable, sin estar mediatizado por una representación imaginaria o simbólica. Algo real habría de ser una pura presencia, desligada de su imagen y de su significado, como la manzana que le da a Newton a la cabeza, sin saber este que se trata de una manzana.

Lo real no puede ser aprehendido “desde fuera”. Lacan llama real a todo aquello que tiene un efecto puramente traumático y que supone, por tanto, una verdadera transformación.

En este sentido, todo cuanto podemos soñar, que produzca en nosotros alguna emoción, puede ser considerado real en términos psicoanalíticos. No en vano, se dan muchos casos en que reaccionamos a experiencias vividas en sueños con actos involuntarios de nuestro cuerpo (desde pedalear, mover las piernas, sudar y arañar hasta levantarnos y andar por la casa o también – porqué no decirlo – orgasmar).

Sin embargo, no solo en sueños actúan las leyes del inconsciente. Para Freud, también se puede manifestar el registro simbólico en episodios de juegos infantiles, en la transferencia psicoanalítica en la relación terapeuta-paciente, en los lapsus mentales, las fantasías sexuales o en los déjâ-vu (lo extraño de lo familiar). En todos estos casos el desencadenante de los sueños (en sentido amplio) suele ser algo inmediato del mismo día o el día anterior. El germen, sin embargo, se retrotrae a experiencias más antiguas del pasado que él denomina “síntomas”.

Para Freud, el síntoma como manifestación del inconsciente remite a otra cosa. Un síntoma es una canalización de una satisfacción libidinal que tiene que ver con lo sexual (la persona goza con la satisfacción pulsional). Goce no se refiere aquí a placer, sino a un rebosamiento del sujeto, una manera de expresar una necesidad insatisfecha. Ese exceso de necesidad es lo que Freud denomina “goce”. Es gracias al síntoma que se posibilita sostener la estructura de la persona, dando una especie de vía de escape a esas necesidades pulsionales insatisfechas.

Foto: francescoch

Una forma saludable de canalizar el síntoma sería encontrar una vía alternativa y consciente para canalizarlo: por ejemplo, a través de la palabra con la poesía, el arte, el amor o bien sublimándolo por medio del trabajo o de la sexualidad.

El síntoma contiene un mensaje indescifrado que es lo que intentamos desvelar en una terapia; interpretar sueños no deja de ser una manera de esclarecer los síntomas, averiguando cuál es el mensaje oculto que nos quiere transmitir nuestro cuerpo.

Pero el síntoma no se deja apresar fácilmente, se manifiesta como un saber rebelde, que no quiere ser sometido a la lógica y a la razón, dado que el inconsciente no permite ser aprehendido en su totalidad y siempre se escapa a su comprensión plena. Por eso el método para conocerlo no puede ser el método científico, sino la libre de asociación de ideas, que posibilita al inconsciente expresarse con libertad, sin estar sujeto a reglas. 

Si hablamos en términos cabalísticos, un síntoma no podría descifrarse utilizando las sefirot (esferas) de la columna del rigor y la severidad; habría que abordarlo con alguna de las esferas de la columna derecha, ligadas al hemisferio cerebral derecho, más instintivo e imaginal.

Para lo que sí sirve, curiosamente, la verbalización del síntoma (esfera de Hod) es para poderlo aliviar. También la queja (Guevurá) y el llanto (Yesod) permiten liberar el síntoma, haciéndolo fluir para liberar la angustia del trauma. La columna izquierda entonces puede favorecer, por así decirlo, la relajación y la expresión del síntoma, pues en este proceso de liberación a través de la palabra aparece un desplazamiento del síntoma por el cual la neurosis del paciente pasa a transformarse en una neurosis de transferencia, en la que el vínculo que unía a la persona con el síntoma se diluye, viéndose sustituido por la construcción de un nuevo vínculo con el terapeuta. Esto es algo que pueden experimentar aquellas personas que saben escuchar, que, sorpresivamente, descubrirán que comienzan a construir lazos afectivos con facilidad. 

Lo que ocurre en el caso del analista, es que, al experimentar esta relación de transferencia, se topa con un conflicto ético, al estar obligado a abstenerse de construir toda relación afectiva con su paciente. Podríamos entonces decir que el síntoma no se diluye, sino que simplemente se transforma.

Queda así solucionada la problemática del síntoma por parte del paciente, pero comienza a crearse una demanda hacia el terapeuta, fruto de ese “amor” transferencial. He aquí la importancia de saber mantener ese “síntoma transferido” por parte del terapeuta, sin llegar a satisfacerlo (…).

Para dar respuesta a esta demanda de amor transferencial insatisfecha, Lacan asemeja al analista con una presencia “vacua”, es decir, como si fuera un objeto “agujero” (objeto a) que satisface las demandas no satisfechas del paciente de canalizar el síntoma, pero que en realidad no llega a interactuar. De esta forma, permite que el síntoma impacte en el ámbito real, sin materializarlo realmente. Así, se le proporciona al paciente una ilusión de goce (fantasma) que, si bien le sirve de objeto de goce real, a su vez corta o interrumpe la completitud de la relación transferencial. Un ejemplo clásico de corte de la relación transferencial sería la misma terminación de una sesión de terapia.

En definitiva, cuando en psicología se habla de una terapia “exitosa”, lo que se intenta es sustituir un significante por otro, que le permita al paciente darle “sentido” a los símbolos que desconoce. Por eso el paciente, al lograr darle un significado al síntoma (o al sueño), “cae” en un momento de goce, que le hace liberarse de la angustia que le causaba el trauma. Sin embargo, no es que se haya dado significado real al síntoma; lo que ha hecho ha sido desplazar su sentido (antes desconocido) a otro significante cuyo significado conoce. Este significante puede estar fundamentado en la relación transferencial con el terapeuta o también en un nuevo sentido otorgado gracias a una metáfora reconstruida (caso de los sueños).

El sendero 16 del árbol de la vida, que corresponde con el arcano de la torre, bien podría representar este proceso de desplazamiento de significados que hemos mencionado:

La torre corresponde con la viga horizontal inferior que une la sefirot de Hod (mente concreta) con la de Netzaj (emociones). Este sendero requiere un doble aprendizaje: por una parte requiere la integración de una personalidad sólida y definida (Yesod) que permita ascender al estado evolutivo superior.

El sendero XVI representa el salto de conciencia que transforma una conciencia dual en una conciencia de unidad, desidentificándose de la propia personalidad y de todos aquellos principios antiguos que hacían a la persona centrar su identidad en su propio ego. En la carta de la torre vemos dos personas cayendo hacia el suelo que simbolizan la mente concreta (Hod) y las emociones (Netzaj); al caer estos, la personalidad (Yesod) se queda al desnudo, dando oportunidad a Tiferet de desvelar la verdadera identidad del Yo.

La Torre es la carta que describe las crisis extremas que pueden acontecer ante accidentes que consideramos graves (la muerte de un ser querido, una enfermedad grave, crisis laborales, económicas, etc.). Consiste en períodos vitales difíciles que nos dan la oportunidad de crecer y evolucionar a estados superiores de conciencia. Para ello es preciso superar estas etapas, eliminar el ego que nos atemoriza y aprender de los acontecimientos de la existencia, liberarnos de lo que nos ata al pasado (Sendero XV – el Diablo) e integrar nuestra sombra.

Igual que los sueños despiertan deseos, miedos o problemas no resueltos del pasado que vuelven a aflorar, la carta de la Torre hace alusión a planes del pasado que tienden a tambalearse y deben ser revisados. En una tirada de cartas del Tarot, la Torre supone una situación a punto de explotar que te va a exigir replantearte las cosas y tomar decisiones vitales. Superada la situación traumática, podremos seguir adelante, más fortalecidos. ¿Qué no queremos hacerlo? No pasa nada. Podemos seguir empecinados en nuestros antiguos esquemas. Que ya la vida nos volverá a traer el problema, como una pesadilla que se repite una y otra vez, hasta que logremos resolverla…

Podemos seguir empecinados en nuestros antiguos esquemas. Que ya la vida nos

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