Publicado por Francisco Fuentes Siminiani

El arquetipo del diablo encarna nuestro inconsciente, esos deseos reprimidos que no dejamos salir a la luz y que preferimos ocultar

Hoy vamos a hablar de un sendero en la cábala que considero sale mucho a la escena pública en los últimos tiempos: me refiero al diablo

Tradicionalmente se atribuye al diablo la materialización del mal, considerado el mal como ese instinto agresivo y violento capaz de causar daño ajeno; esta concepción alberga por definición la distinción entre un “tú” y un “yo”, es decir, se basa en la dualidad del individuo frente a su entorno. Cuando entendemos el diablo desde esta visión, no podemos por menos que posicionarnos en uno de los dos bandos (el del bien o el del mal). Sin embargo, esta no deja de ser una postura un tanto reduccionista, por más que en nuestra sociedad haya cada vez más personas que se empeñen en calificar a otros como “demonios”.

Históricamente el mal ha estado presente en el inconsciente colectivo desde el inicio de los tiempos. Si repasamos la Historia de las Civilizaciones, podemos apreciar que ya en la Prehistoria se originaron las primeras costumbres del animismo, separando la realidad en una parte visible y otra invisible, gobernada por los dioses, a los que se les hacía ofrendas y sacrificios para satisfacerlos, a fin de que obsequiaran a los pueblos con las lluvias y las bondades climatológicas que los cultivos necesitaban.

Desde el momento en que se distinguía entre dioses malévolos y benévolos, se crea en el ser humano esta tendencia a discernir entre lo “bueno” y lo “malo”. Curiosamente, es en Occidente donde es más patente esta costumbre de temer la naturaleza inesperada del devenir del Universo.

Durante la Edad Media se extiende en todas las artes el poder de la Iglesia, y se comienzan a representar imágenes del mal con un carácter catequizante, a través de simbolizaciones como la serpiente, el basilisco, el macho cabrío, etc. 

El Aquelarre, Francisco de Goya. Museo Lázaro Galdiano, Madrid.

(Public domain, via Wikimedia Commons)

Hasta el S. X sobrevuela una ideología que podríamos denominar del terror: el Pantocrator y el Tetramorfos hacían alusión a un Dios ante el cual teníamos que pagar por nuestros pecados… La culpa se cernía sobre los hombres para amedrentarlos y mantenerlos por el camino “recto”.

Con la finalización del primer milenio se pronosticaba un Juicio Final que, sin embargo, no llegó a ocurrir. Es a partir del S. XII cuando, con el gótico, se alimenta más la salvación, en detrimento del pecado; se dulcifican las poses en escultura y pintura y se flexibiliza gradualmente la rigidez propia del Románico, dando lugar al Renacimiento, en el que se recupera el interés por el hombre, convertido en un ser libre y autónomo, ya liberado del pecado.

Pero no será hasta el Barroco, en el S. XIX, cuando se recupere, tras la Contrarreforma, la experiencia del éxtasis del ser humano al contactar con la plenitud divina: aparece la noción de lo inconmensurable, lo infinito, lo inalcanzable. A este período de excesos estéticos y ornamentales reaccionarán en el S. XIX el Realismo y los movimientos obreros, en protesta por las ideas “grandilocuentes”; se defenderá la necesidad de dar solución a los problemas “reales”. A pesar de que los avances tecnológicos acrecentarán las diferencias sociales, hasta el punto de desembocar en el S. XX en un maremágnum de tendencias ideológicas que dará como resultado el estallido de algunas de las Guerras Mundiales más salvajes.

Sirva este rápido y superficial resumen por la historia del mundo, para corroborar la existencia de la lucha entre una ideología dominante y otras dominadas en la cultura de las civilizaciones antiguas y modernas. Como si no tuviéramos identidad propia, nos gusta, no sé porqué, adscribirnos a una filosofía o pensamiento X… 

Piensa un momento: ¿en qué grupo te incluyes? ¿Eres del Barça o del Madrid? ¿Eres ecologista o consumista? ¿Te consideras más de derechas o de izquierdas? ¿nacionalista o independentista? ¿monárquico o republicano?… El mundo está lleno de creencias a las que afiliarnos, etiquetas con las que identificarnos, capaces de impedirnos ver la vida en toda su amplitud. Porque en el fondo, una creencia ideológica no es sino una tergiversación de la realidad, una forma rígida de comprender el mundo, que, por definición, excluye todas aquellas creencias que la contradicen.

Foto: quisp65

Hacer las paces con el diablo

Hoy quiero proponer a mis lectores un ejercicio para hacer las paces con el demonio, al que tradicionalmente hemos hecho aparecer en nuestro inconsciente colectivo como un adefesio, que produce espanto, por lo grotesco de su apariencia.

Veamos… en el tarotel arcano mayor que representa el diablo es el número 15. Así que vamos a jugar a eliminar al diablo:

  • A continuación puedes ver 16 cartas o representaciones del diablo.
  • Busca entre ellas la que creas que mejor lo ejemplifica
  • ¿Escogiste ya la carta? Pues mírala fijamente.
  • ¿Qué recuerdos te trae? (…) Reflexiona un momento sobre los pensamientos que trae a tu memoria. Obsérvalos y aguarda… ¡No los evites!

Selección del Arcano mayor del “El diablo” en diferentes barajas de Tarot

Esto es precisamente lo que hace la carta del diablo: nos ancla al pasado, a nuestras pesadillas, a todo aquello que no logramos olvidar

El sendero XV une la esfera de Tiferet (individualidad) con la esfera de Hod (la mente concreta), dando significado a todos los acontecimientos que ocurrieron que nos impiden avanzar y nos producen rencor. Algunos denominan a este sendero el de “la noche oscura”, por cuanto a que representa esos períodos de confusión y duelo que nos confrontan con nuestros miedos. 

En realidad, el diablo no tiene, en sí, una cualidad negativa.

Este arquetipo encarna, más bien, al inconsciente, a esos deseos reprimidos que no dejamos salir a la luz, que preferimos ocultar, para evitar que existan. El diablo es quien se encarga de sacar a flote los pensamientos que reprimimos, nuestra “oscuridad”. Y es por esto que cuando alguien o algo nos activa nuestros miedos, nos hace reaccionar, sacando de nosotros “lo oculto”. Pero no es que eso sea “lo peor de nosotros”; sencillamente son aspectos de nuestra personalidad con los que no nos identificamos, facetas de nuestra mentalidad con la que no nos sentimos afines, porque las consideramos “malas”. En verdad, lo que nos pasa es que ignoramos que también somos eso que rechazamos. Afortunadamente, el diablo es de naturaleza rebelde, y se revelará tan fuerte como la intensidad que pongamos en mantener oculta nuestra sombra, nuestros miedos.

La solución para reconciliarnos con el diablo no es otra que dejarnos atrapar por él; descender a los infiernos para emprender una suerte de “muerte iniciática”, que nos haga comprender y aceptar esa oscuridad. Claro que para ello es necesario cambiar nuestro planteamiento, no verlo como algo ajeno a nosotros, sino como una parte inherente a nosotros mismos, que, sencillamente, desconocemos. Solo entonces podremos deshacernos del rencor y la ignorancia y comenzar un camino de sabiduría y reconciliación con nuestro inconsciente.

Cuando realizamos una lectura del árbol de vida personal, dependerá del número de líneas que tengamos en el sendero 15 y hará que tengamos más o menos apego a nuestras creencias: un número muy elevado de líneas en el diablo será indicativo de que tenemos bastante predisposición a ser rencorosos y vengativos; nos costará superar nuestros miedos, ya que fácilmente nos sentiremos amenazados por la experiencia pasada.

El sendero 13, simétrico al 15, será el que simbolice la muerte de la que hablábamos, no en el sentido físico, sino espiritual, aquella que nos permite perdonar, olvidar, poner fin a un capítulo y pasar página para poder avanzar.

El diablo suele fundamentarse en el aprendizaje mental, alimentándose de los recuerdos del pasado; la muerte lo hace a partir del aprendizaje emocional, sintiéndose atraída hacia el futuro. 

Un correcto equilibrio de estos dos senderos se posibilita si el sendero 16 (la torre) es consistente a la hora de unificar la esfera mental de Hod y la esfera de las pasiones de Netzaj: el arcano de la torre será el que nos permita tener perseverancia e instinto de superación para aprender de nuestras vivencias.

Curiosamente estos tres senderos (el diablo, la muerte y la torre) son los que conforman la denominada triada del despertar, que es justamente la que atraviesa la templanza (S14) de la que hablamos en nuestro último capítulo. 

Si quieres saber más de tu arbol de vida, puedes solicitar una lectura en conocetuarboldevida@gmail.com Para ampliar más información sobre el diablo, puedes consultar aquí la simbología del arcano.

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