Publicado por Francisco Fuentes Siminiani

Reconcíliate con tu pasado

En vísperas de un ansiado retiro veraniego, cuando no en el agua fresca de las playas, vamos a hablar hoy de algo tan ajeno a la dimensión humana como es el karma.

Vaya por delante mi escasa experiencia en este tema (solo tengo nociones de esta vida que estoy viviendo); sin embargo, incluso sin pruebas fehacientes, me inclino a albergar fe en que sí debiera existir algo que amplíe las perspectivas de la existencia más allá de los límites de esta vida que vivimos.

Desde la Cábala, parafraseando al doctor M. Leitman, se considera que, como seres humanos, nuestra condición es eminentemente animal; este condicionante nos impele a actuar en base al beneficio propio, de una manera que bien podríamos denominar “egoísta”. El instinto animal se conforma, entonces, como el motor de las acciones que realizamos en el día a día, orientadas a satisfacer nuestros deseos, sean estos de la índole que sean. Esta asunción de nuestro carácter finalista tendente a saciar nuestros anhelos, es una cualidad que también dirimió Freud en sus escritos de psicoanálisis, asociándolas a la pulsión inconsciente que todos tenemos de satisfacer nuestros deseos en el sentido más amplio.

Que vivimos por y para el placer, es algo que creo nadie podrá negar; somos hedonistas y concupiscentes, y más aún en los tiempos que corren, bombardeados por anuncios y publicidad sin apenas darnos cuenta.

Según Freud, el deseo remite, inconscientemente, al deseo de otro, por cuanto a que busca el reconocimiento de un “otro” de la necesidad que ha de ser satisfecha. En este sentido, Lacan independiza el deseo de todo aspecto exterior, enmarcando el deseo no como anhelo dependiente de una necesidad externa que se requiere para ser completado, sino como un aspecto inherente al ser humano, como si viniéramos ya “prediseñados” con una especie de falta o carencia. Esa fuente inagotable de insatisfacción vendría a ser el combustible que nos hace movernos a actuar, de modo tal que lo que llamamos “deseo”, pudiera ser una especie de fantasía que nosotros mismos producimos, para justificar nuestras acciones.

Foto: erhui1979

Esta idea de seguir el instinto de nuestros deseos sería acaso la que interpreta la Cábala cuando señala el carácter “egoísta” de nuestras acciones como humanos; si atendemos a ese instinto animal que hemos mencionado, nuestra conducta se convierte en una reacción ineludible a esa sensación interna de necesidad, como el perro que tiene sed, ve una fuente, y se va hacia ella, sin pensarlo, para saciar su sed. Obviamente, esta función nos ayuda a sobrevivir, pues sin ella, probablemente pereceríamos… Pero hemos de darnos cuenta, que atender solamente a esta ley de “recibir”, nos convierte en individuos sin autogobierno, es decir, en cuerpos vivientes cuya única ley de supervivencia es atraer aquello que deseamos (entiéndase aquí el deseo como necesidad básica, no fútil, tal como se enuncia en la ley de la atracción).

Esta querencia a recibir lo que uno desea es algo que sucede de forma espontánea y no debemos por ello calificar esta intención “egoísta” como perversa o malévola. Ya en el último artículo, comentamos que el mal, como concepto moral es una invención humana, que responde a una etiqueta impuesta socialmente, pero no al orden universal de las cosas. Aceptar que la gente actúa en su propio beneficio servirá para comprender que las injusticias no son sino el resultado de acciones realizadas en beneficio de unos pocos, sin contar con aquellos que son perjudicados. En definitiva, no se trata de ver algo como “correcto” o “incorrecto”, sino de entender que las cosas son como son: no es que existan políticos corruptos, sencillamente ocurre que hay políticos que piensan más en el beneficio propio que en el bien de la ciudadanía. ¿Es justo que se hayan producido indultos a políticos independentistas? Pues ni justo, ni injusto; sencillamente ha ocurrido que el presidente de este país ha optado por tomar una decisión en beneficio de unos pocos… Pero no me atrevería yo a interpretar si eso beneficia a la mayoría de la sociedad o a la oligarquía gobernante; el tiempo lo dirá…

Afortunadamente, no todas las acciones que realizamos provienen de nuestra naturaleza animal. Somos seres complejos, con una naturaleza primitiva, pero también con una naturaleza de orden superior: esta otra dimensión del ser, nos orienta a obrar pensando en el beneficio global y no tanto en el beneficio individual. Bien como acto de altruismo (para otros) o como acto egoísta (para uno mismo), lo que caracteriza al ser humano es la condición de “dar”. Por eso en el árbol de la vida se habla de la columna izquierda o del rigor, en la cual el acto de dar se realiza interesadamente, influenciado por cuánto se va a recibir como contrapartida; mientras que en la columna derecha los actos de dar son completamente desinteresados, al estar influenciados por fuerzas superiores. Estos últimos actos son los que nos acercan a nuestra naturaleza espiritual.

Estas dos energías (animal y espiritual) conviven dentro de nosotros, obligándonos a decidir (o no), en el transcurso de nuestra vida, por cuál nos dejamos influenciar: la fuerza de nuestra naturaleza instintiva, que nos ayuda a sobrevivir, nos llevará a funcionar solo en base a atraer aquello que queremos recibir; la fuerza superior nos inclina a trascender el amor a nuestra individualidad, en pos del amor a lo absoluto, al interés general. 

De alguna forma es como si dentro de nosotros habitaran dos realidades paralelas antagónicas. Imagínate vivir en un mundo y a la vez en su contrario… ¡¡¡ Para volverse locos !!! Pues así nos pasa. ¿Cómo se soluciona esta divergencia? Pues yo diría que a través de una dialéctica con nuestros personajes internos: en las películas este diálogo se ejemplifica con una simplificación muy burda, que reduce estas dos naturalezas a una denominada “el bien” y otra que podríamos llamar “el mal”. Aunque, como digo, son formas de etiquetar los conceptos desde un punto de vista moral, que a mí, personalmente, no me gustan, por más que pueda entenderse mejor.

Esta dicotomía de “lo bueno y lo malo” deja de tener sentido si se asume que dentro de cada uno existe el germen de esa “semilla espiritual”. En realidad, es decisión de cada cual elegir si se quiere hacer brotar esa faceta. A mí, debo reconocer, me costó un tiempo darme cuenta de “mi divinidad”; de hecho, siendo joven, opté por apostatar, que creo que soy de los pocos españoles que ha logrado darse de baja de manera efectiva de la lista de “católicos afiliados” que se han bautizado, trámite este nada sencillo en España, debo decir. Tras un largo período de dudas existenciales, alimentándome de pensamientos nihilistas muy pragmáticos, me percaté de que ambas dimensiones (la egoísta y la dadivosa) no tienen por qué ser contradictorias. 

Somos seres libres de decidir qué camino llevar, incluso – fíjate lo que digo –  aunque nos afecte el karma. Cuando se habla del karma como un destino inexorable o un castigo por todo lo que hemos hecho en vidas pasadas, no quiere ello decir que estemos supeditados a un final predeterminado. El karma no deja de ser una explicación lógica que se ha dado a esta doble naturaleza humana (corporal y espiritual), posibilitando su conciliación: de esta forma podemos, a lo mejor, abusar durante una vida de una ambición extrema, haciendo gala de un egoísmo supino, que será compensada en un futuro mediante una vida de entrega a los demás y abandono absoluto de los aspectos materiales. Así es como se compensan los desequilibrios de cada naturaleza y se logra conciliar dos mundos internos aparentemente opuestos. Es gracias al karma que se equilibra la totalidad.

No es que debamos temer porque podamos pagar en un futuro lo que hagamos en el presente; el karma no es más que un recordatorio del nivel de responsabilidad que exige la vida misma. Nos dice: “eh, tú, recuerda que no eres solo lo que tú desees… hoy. Eres también fruto de lo que has sido y causa de lo que serás”. Tenemos un pasado y un futuro condensados en el “ahora”; y tanto repercute el pasado en el presente, como el presente en el futuro. Es más, pon que no existiera el pasado, ni el presente ni el futuro, sino solo este instante actual, en el que se traducen todos los momentos de la historia, habidos y por haber: como un complejo mecanismo de engranajes donde se entrelazan las dimensiones temporales, repercutiendo unas en otras. Algo así, en mi opinión, es lo que permite imaginar el concepto de karma: la desaparición del artificio del tiempo, convirtiéndolo en un tiempo flexible o relativo, donde nada está concluido, porque todo está en continuo movimiento.

Claro, que esto es difícil de comprender desde nuestra comprensión del mundo, ya que refuta precisamente los principios físicos que nos definen como individuos enclavados en un lugar y en un tiempo concretos.

Además, el karma desafía de lleno la idea de colmar nuestro deseo, perturbando nuestra placidez vital, al traernos experiencias que, por regla general, percibimos como dolorosas.

En Cábala, a la hora de interpretar una línea kármica, por ejemplo, se dice que suelen indicar situaciones que hemos vivido anteriormente, sin hacer uso de esa dimensión espiritual de la que hablábamos; cuando nos regimos frecuentemente a lo largo de una vida por nuestra naturaleza animal egoísta que piensa solo en el propio interés, se supone que hemos de compensar ese exceso de individualidad con una experiencia contraria en vidas siguientes, lo cual supondrá tener que atravesar situaciones de crisis y confrontación con nuestra forma de entender el mundo, por cuanto a que nos sitúa en posición de tener que afrontar un problema que no hemos sabido solucionar en el pasado. Es por esto que se dice que, si se comprende la dimensión espiritual de una experiencia que nos trae el karma, este queda resuelto, y podemos avanzar en nuestra evolución.

https://youtu.be/436xuTV41P4

Por ejemplo: si alguien dedica una vida a acumular riqueza sin compartir nada, es probable que el karma le traiga en otra vida grandes penurias económicas, para que aprenda a vivir sin tener tanta fijación en lo material; o si eres una persona que te desvives por complacer a los demás y no piensas más que en ayudar a otros, puede que en una vida próxima el karma te traiga “una vida con estrella” en la que encontrarás aliados y gente que te auxilie para todo cuanto necesites; o, por poner otro caso, si eres una persona que te gusta sentirte libre, huyes de las responsabilidades y de los compromisos, no descartes que en otra vida te puedas sentir con exceso de obligaciones y tengas que atender tantas responsabilidades, que sientas que no tienes tiempo para vivir tu vida, seguramente porque hayas pecado de “demasiada” libertad en vidas pasadas… 

Para terminar, quiero hacer alusión a un indicador que puede ayudarte a conocer tu capacidad de afrontar esas situaciones difíciles que puede traerte el karma: me refiero al arcano 16 (la torre)

En el árbol de la vida la torre simboliza la perseverancia, la facilidad para superar las experiencias difíciles que te trae la vida: cuanto más fortalecido tengas este sendero, mayor será tu capacidad para aprender de las vivencias que te trae la vida. Este sendero nos cuenta de qué manera afrontamos los contratiempos. Si lo tenemos débil, por ejemplo, nos será complicado ver las complicaciones que nos trae la vida como una manera de adquirir sabiduría y mejorar en nuestra evolución. Si, por el contrario, tenemos el sendero 16 fuerte (con 2 ó 3 líneas) nos será relativamente sencillo superar las contrariedades y tendremos un instinto de superación personal más desarrollado. Especialmente a las personas que tienen este sendero sobrecargado (con 4 o más líneas), es probable que la vida se les haga cuesta arriba y que perciban su día a día como un camino tortuoso, lleno de trampas y dificultades; estas personas pudieran tener una gran probabilidad de darse por vencidas ante la adversidad y no se caracterizarán por su fuerza de voluntad. Serán personas para las que los grandes logros personales no serán tarea fácil.

Evidentemente el nivel de madurez y conciencia ayuda a aprender de las experiencias vitales; las almas viejas se dice que han adquirido ya abundante sabiduría en otras vidas y son capaces de vivir sus experiencias vitales con más fluidez, intuición y aceptación. En cambio, si eres un alma nueva, es posible que te enojes con facilidad, que des importancia a cuestiones anecdóticas en tu vida y que a menudo te topes con circunstancias que te hacen atravesar situaciones dolorosas que no acabas de comprender. Si quieres conocer qué tipo de alma eres, te invitamos a realizar este test.

Esperamos que hayas disfrutado de la lectura de este artículo. Recuerda que, más allá del karma, tú tienes la llave de tu destino. Simplemente procura percibir qué tan cómodo te encuentras con las situaciones que estás viviendo. Todos llevamos dentro una especie de brújula interior que nos orienta hacia la armonía. No te obligues a cumplir ningún plan de vida; sencillamente fluye y déjate llevar hacia donde te lleve el cuerpo… El cuerpo es sabio; y el cuerpo guiado por el espíritu lo es todavía más.

Feliz verano y que sea lo que el karma quiera 😀

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