Publicado por Francisco Fuentes Siminiani

Sobre la existencia de una verdad multidimensional

A lo largo de mi vida he vivido varias decepciones cuando intentaba buscar lo que en Cábala se denomina “el propósito de vida”. La misión de vida es un concepto que llevo años escuchando, si bien para mí su significado era un enigma, porque sencillamente no tenía ni la menor idea de qué era lo que yo quería hacer con mi vida. Igual os ha pasado a más de uno que vives y vives, sin saber a dónde vas a ir a parar… En mi caso, lo cierto es que no tuve mucho tiempo de pensar: sabía que mi obligación era estudiar y es lo que hice de pequeño y cuando me tocó elegir, lo más que hacía era escoger entre unas asignaturas u otras y así acabé una carrera y comencé a trabajar, sin darme apenas cuenta. Menos mal que luego la vida te trae etapas de crisis, para darte la oportunidad de pensar, porque si no hubiera llegado a la vejez creyéndome realizado.

Foto: Olga Strelnikova

Mi primera visita a un psicólogo fue con 23 años, por un TOC que se había agudizado a raíz de dejarme mi primera novia. Para mí nunca había sido un problema padecer tricotilomanía; lo asociaba a mi timidez y creo que hasta me ayudaba a saber cuándo reprimía más mis emociones porque mi propio cuerpo me avisaba del nivel de contención de mi expresión. Sin embargo, el no conocer las causas de la ruptura sentimental fue algo que no supe sobrellevar solo. En realidad, no tenía motivos para anularme la vida; tenía trabajo, un lugar donde vivir, mi familia me quería… pero por algún motivo, yo solo miraba el punto negro que había “fastidiado” mi felicidad plena; y ese punto negro me impedía agradecer el resto de cosas buenas que había en mi vida, como si ni siquiera las viera.

Al final, yo creo que fue más el tiempo que el psicólogo lo que me ayudó a superar aquella situación y decidí dejar la terapia un día que, entrando en la consulta, vi salir a la anterior paciente, con la cara desencajada, totalmente apesadumbrada y llena de tristeza. Recuerdo que me senté en el sillón de la consulta y le hablé al psicólogo algo de un sueño con un lavavajillas y al final le dije que esa iba a ser mi última consulta. El hombre se quedó muy asombrado, así que le conté la verdad: que me había sentido muy gilipollas hablando del lavavajillas, cuando había gente que tenía problemas mucho más importantes que tratar, que lo mío no era nada… Y así, minimizándome como un bicho-bola di carpetazo a aquel asunto.

Naturalmente, la vida destapó después los asuntos inconclusos, pero creo que aquella primera aproximación a la psicología por mi parte estuvo bien que fuera corta; fue como un entrar y salir del agua para ver la temperatura.

En todo caso, algo debió de calar en mí, porque a partir de aquello me dio por conocer más de muchos autores y pasé varios años yendo a terapia, en plan Woody Allen, un poco por narcisismo y otro poco por autocompasión. Imagino que tenía muchas cosas que llorar que no quería reconocer, así que procuraba tapar mi pena con una sobredosis de razón.

En esto de sobrellevar las crisis, cada cual vive su propio proceso de manera diferente; en mi caso, lo que sí que noto con claridad, es que cuanto más tiempo me dedico, más culpable tiendo a sentirme por dedicarme ese tiempo. Especialmente en terapia, me ha ocurrido toda la vida que soy incapaz de prolongar durante años visitas periódicas al psicólogo, porque llega un momento en que me recrimino el “creerme tan importante”; eso cuando no comienzo a ponerle pegas a la conducta del psicólogo (soy un poco tiquismiquis con algunas cuestiones…). De todas las críticas que he podido poner a mis psicólogos, sí que hay una que, para mí, ha sido decisiva a la hora de decidir terminar una terapia: es la exclusividad de un único tipo de terapia.

Por mi forma de ser (no sé si influirá algo mi Sol en Géminis) he sido siempre una persona a la que le gusta “beber” en muchas fuentes de saber. No me gusta rechazar ninguna disciplina sin haberla experimentado; así es que llevado por esa curiosidad insaciable me adentré a partir de los 30 años en la meditación y la espiritualidad. Para mí los primeros retiros que hice supusieron un descubrimiento de una nueva dimensión que hasta entonces desconocía; no podría explicar con palabras las sensaciones que viví… Probablemente el impacto fue mucho más intenso, por no estar acostumbrado a darme un espacio para escucharme; dedicarme tanto tiempo a sentirme y comprenderme me inundó de emociones que anteriormente jamás había percibido; así que cuando volví después de mi primer retiro de 10 días y retomé mis visitas al psicólogo, imaginad cómo de grande pudo ser la caída a tierra cuando este interpretó mis sensaciones como un posible pensamiento delirante. Buf, aquello me ofendió tanto que perdí toda la confianza en él, y al poco tiempo ya tuve LA EXCUSA perfecta para dejar de ir a verle.

Esto de invalidar los descubrimientos que uno realiza en una terapia X, es algo que me ha ocurrido recurrentemente con otras terapias. También con la Gestalt, cuando comencé y pretendí compatibilizarla con las sesiones de psicoanálisis que llevaba años ya haciendo, me advirtieron de lo perjudicial que podía ser visitar a un psicoanalista, a la vez que iba al gestaltista, aduciendo que “las técnicas son diferentes” y que lo que se logra con uno no se logra con el otro. Supongo que hasta cierto punto es entendible esta postura: claro, en un momento de incertidumbre, cuando no tienes claridad, lo mejor es tomar un camino, no intentar ir por dos a la vez, pero lo que no me gusta es que se descalifiquen otros posibles caminos, en base a juicios sin fundamento alguno. Creer que un enfoque psicológico es el mejor y el único posible, es algo que me resulta muy endogámico. Por eso me gusta Flippityflop, porque nos recuerda que siempre hay otras opciones.

No sé si os habrá pasado a vosotros, pero desde luego, yo veo que, en ciertos círculos, las palabras esoterismo o tarot no son bienvenidas. Y uno de los círculos donde no tienen mucha acogida es, desgraciadamente, el de los psicólogos. Probablemente no sean todos, pero sí que me sorprende comprobar que hay todavía hoy profesionales que no conciben que eso que llaman “el pensamiento mágico” pueda servir a otras personas para comprender “algo” del sentido de la vida. Pues qué quieren que les diga, llámenme ingenuo o quimérico, pero a mí la Cábala me ha servido para abrir mi mente a un mundo que creo, sinceramente, que no hubiera podido descubrir por otros caminos más “psicológicos”… Pero no quisiera yo pecar del mismo error que estoy criticando, descalificando aquí la psicología, así es que, para dar cabida en este espacio a otras disciplinas de diferente vertiente, me gustaría hoy hablar de cómo el psicoanálisis describe las fases del proceso de introspección. Cada lector que opine si dista o no mucho de lo que se experimenta en un proceso de autoconocimiento por otros caminos, llamémosles más… “esotéricos” ( léase astrologíacábalayoga o tarot).

Me sorprende comprobar que hay todavía hoy profesionales que no conciben que eso que llaman “el pensamiento mágico” pueda servir a otras personas para comprender “algo” del sentido de la vida

Citaré para esta exposición, una charla de un psicoanalista lacaniano al que tengo en alta estima que a mí me ha aportado grandes momentos de aprendizaje en mi vida, y del que creo que se pueden sacar interesantes enseñanzas. Los siguientes fragmentos están extraídos de una conferencia suya, en la Universidad de Las Palmas.

Fases de intervención en una situación traumática y cómo se puede intervenir en cada una de ellas como terapeuta

A lo largo del proceso de introspección que permite dar resolución a un trauma de la persona, según nos cuenta Jorge Marugán en su charla, es posible diferenciar diferentes fases:

1 – Destitución del sujeto

En la fase inicial todavía no es posible la intervención del analista, porque el sujeto es todo dolor. En esta primera parte de la relación terapeuta-paciente, el paciente puede repetir el mismo discurso de manera automática, ya que no se involucra emocionalmente y, por tanto, no se siente afectado; por eso decimos que está des-subjetivizado. En esta fase los significantes no están investidos de significado. El trauma es tan grande que el paciente es capaz de describir una situación horrenda sin sentirse afectado.

2 – Atravesamiento del dolor

Posteriormente, cuando el dolor se manifiesta localmente, se produce la angustia. En este estadio el paciente se siente literalmente falto de aire, es incapaz de expresar su dolor, es como si se atragantase. Aquí encontramos un momento intermedio en el cual la persona siente ya el dolor en una parte de su cuerpo, pero todavía no le es posible darle forma ni manifestarlo en modo alguno. En esta fase el dolor toma forma, se “vaticina” pero aún no se ha materializado. El paciente queda bloqueado, silenciado, pero también agobiado por no poder hablar.

3 – Extracción del objeto

En este estadio se produce un intento de expresión de ese dolor insufrible, pero solo se es capaz de emitir sonidos desarticulados. El paciente puede aquí gemir, murmurar, mascullar… Estas manifestaciones permiten una disolución inicial del bloqueo para aliviar el dolor, si bien todavía no se ha liberado en su totalidad. En esta fase se alcanza el momento de dolor máximo y comienza a descender la curva de dolor, gracias a esas primeras emisiones de manifestación de dolor. Aquí es prudente que el analista no participe, o, a lo sumo, que intente apoyar o reforzar, si ve que el dolor es insoportable, pero es importante no intentar paliar el dolor del paciente, porque ha de ser el propio sujeto quien ha de realizar la extracción. De ahí la importancia de la escucha del terapeuta en esta fase.

4 – Articulación del discurso y velamiento del objeto en el cuerpo del otro

Deshecho el nudo del dolor, ya es posible articular un discurso que va a ir gradualmente liberando al paciente de ese dolor. Ocurre en este estadio la paradoja de que, a medida que el paciente va desarrollando un discurso en torno al dolor sufrido, se ve incrementado un deseo de amor imaginario proyectado sobre su interlocutor (el analista). Incluso puede llegar a darse que la articulación de un discurso desencadene un vínculo con el terapeuta, hasta ahora inexistente. 

Aquí estriba la dificultad de mantener un discurso adherido al dolor por parte del paciente, sin idealizar la figura del terapeuta, pudiendo producirse lo que en psicoanálisis se denomina “el velamiento”, es decir, la ocultación del dolor sufrido sustituyéndolo por la creación de fantasías y fantasmas que intentan desplazar el sufrimiento, intercambiándolo por un deseo de vincularse con el otro. 

En esta fase el terapeuta ha de intentar que el paciente mantenga la articulación, que es en definitiva la que va a permitir constituir al paciente como sujeto. 

Las preguntas del analista han de ir en este estadio orientadas a que el paciente clarifique y ordene el discurso y se involucre subjetivamente con el dolor experimentado. El trabajo del analista estará aquí ligado también a la abstinencia, en el sentido de no sentirse identificado con nadie dentro del discurso del paciente, ya que es fácil que se confunda al terapeuta con uno de los intervinientes en el discurso. A esto es a lo que se llama relación transferencial y se produce de manera inconsciente en la elaboración del discurso, cuando el paciente atribuye al terapeuta un rol determinado en la historia.

5 – Corte en acto

Una vez el paciente ha expresado su dolor y se ha constituido como sujeto (que ha sufrido) aparece el momento de “la caída del goce”; aquí el paciente se ha liberado del dolor, por medio del discurso, pero corre el riesgo de sentirse sin sentido, al haberse desprendido de ese dolor que es también el que le confiere significado. ¿Cómo es posible entonces para él/ella continuar viviendo sin identificarse con ese dolor que ha expulsado? Habrá de aprender a constituirse subjetivamente sin ese objeto de dolor, vaciado de eso que, aunque le ahogara por una parte, por otra, le daba sentido a su vida. Porque al final también el dolor nos ayudó en un pasado a sentirnos seres con sentido…

El riesgo en esta fase recae en el peligro de que el paciente sustituya ese objeto de dolor por algo (fantasmático) que lo sustituya. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se ahoga el dolor con otras actuaciones que nos desestructuran; el fantasma puede venir representado aquí por una ilusión de goce que evita precisamente sufrir, pero que, en realidad, no confieren un verdadero sentido sino que tapan el dolor vital existente (ir de compras, fumar, beber, tomar cañas con amigos, trabajar o tener sexo en exceso, etc.).

Sirva este breve resumen de las fases de intervención en un proceso de disolución de un trauma como reconocimiento a la importante labor que los psicólogos y los psicoanalistas han tenido para mejorar la salud mental de la Sociedad, especialmente en los meses de confinamiento que sufrimos todos no hace mucho.

Confío en que en un futuro la era de Acuario haga mella en todos nosotros y podamos conciliar felizmente diferentes disciplinas, sin tener porqué restringirnos a una sola. En mi opinión todo camino excluyente de otro supone una limitación a nuevas experiencias. Mucho más enriquecedor, a mi entender, es concebir la realidad como multidimensional, donde pueden convivir más de una sola verdad, porque al final todas las disciplinas tienen algo que aportar. Es lo que a mí, al menos, me gusta predicar… Exploren aquello que les pida el cuerpo, sin dejarse llevar por opiniones ajenas, al final ¡¡¡tú eres tu mejor maestro!!!

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